Lo primero que hay que hacer es cocinar la calabaza. A mí me gusta hacerlo a fuego bien bajo, para que vaya perdiendo el agua y quede bien sabrosa.
Cortar la cebolla y colocarla en una sartén con las dos cucharadas de azúcar mascabo, para caramelizarlas.
Separar las flores de coliflor, lavarlas bien y ponerlas en un bol, junto con el apio. Agregar agua hirviendo y dejar que se ablanden durante algunos minutos.
Secar las verduras, cortar el apio y agregar todo a la sartén con las cebollas. Agregar la levadura nutricional, sal, pimienta, la leche de avena, la salsa de soja y el caldo concentrado.
Cuando la calabaza esté cocida, retirar del horno, quitar las semillas y agregarla a la sartén junto con el yogur.
Apagar el fuego y llevar la preparación al vaso de la licuadora o mixer.
Agregar el kéfir o el agua y pulsar por unos minutos. En este paso podés ver qué consistencia tendrá la sopa, por lo que si la prefirieses más ligera podrías agregar más líquido.
Calentar la sopa en una olla. Mientras que eso sucede cortar el pan en pequeños cubos, salpicar unas gotas de aceite de oliva por encima y llevarlos a horno fuerte por unos minutos.
En una sartén tostar las semillas.
Cortar el queso de avena en pequeños cuadrados.
Yo aproveché la ocación para usar mi sopera (herencia de la abuela de mi marido) pero podés servir directamente en cada plato, repartiendo los croutons, las semillas, el queso fresco y el queso de girasol estacionado rallado. Con un chorrito de aceite por encima y unas hojitas de albahaca terminás de crear un plato totalmente GOURMET!