Sí, somos nietas de un carnicero. Nuestro abuelo Gerardo murió cuando todavía éramos niñas, así que los recuerdos que tenemos de su carnicería son algo vagos. Sin embargo me acuerdo que apenas llegaba iba corriendo atrás del mostrador a chusmear qué había en esa heladera que se veía como un mueble de madera por fuera y que siempre preguntaba por qué la heladera-mostrador tenía una luz rosada; recuerdo la mesada de mármol con una sierra al medio a la que no debíamos acercarnos porque era muy peligrosa y también el delantal blanco manchado con sangre y a mi abuelo afilando la cuchilla con ese movimiento de vaivén.
Mientras rememoro esto, se me hace presente una sensación de incomodidad, algo no me cerraba. Me daba «cosa» tocar las cosas, me daba impresión la sangre y el olor siempre me pareció nauseabundo. Sabía que las milanesas que comíamos eran con carne de vaca y también había visto, a poca distancia, a la media res, sin embargo en ese momento me era imposible conectar los puntos. Claro que se me estrujaba el corazón cuando, camino a la costa en el verano, nos cruzábamos en la ruta con un camión lleno de vacas que, según nos explicaba papá, iban camino al matadero. Pero, no podía visualizar el proceso, después de todo, la media res no era más que un pedazo de cuerpo mutilado, sin piel, con sellos de tinta azul.
Nos criamos así, haciendo la vista gorda a lo que pasa en el medio. Total, «ojos que no ven, corazón que no siente». Y de paso, las carnicerías tienen nombres como «La vaca mimosa» y el logo suele ser una caricatura de una vaquita contenta, feliz de morir para alimentarte. Nos enseñan que somos una especie superior, que tenemos cultura, historia, lenguaje, que hacemos cosas, que dominamos el mundo, que los animales, la naturaleza y todos los recursos están acá para nosotros. Nos enseñan que la vaca come pasto y que nos da la leche, el dulce de leche y la manteca que siempre le pongo al pan. Pero en realidad la mayoría es alimentada con granos, no ve la luz del sol, vive hacinada, la llenan de antibióticos para que no enferme y la preñan sistemáticamente para que produzca leche -destinada a su ternero- que nosotros interceptamos para nuestro «beneficio».
Que la proteína, que el calcio, el hierro y la mar en coche. Que la B-12 es de origen animal (KÉ???) leí que dijo una profesional de la medicina de un importante hospital del país. Nos desinforman, nos mienten, publican estudios con institutos prestigiosos financiados por corporaciones que lo único que quieren es vender más, sin importar las consecuencias.
«Ah, pero el asado es muy rico, yo no podría vivir sin asado». Yo también lo dije y acá me ven: cumplí, ahora hago chori vegano a la parrilla!
Dejo este documental acá, para que lo vea quien tenga ganas… y en cuanto a las milanesas, acá tenemos un montón de opciones que no llevan un pedazo de animal muerto: de tofu, de berenjena, de avena, de soja, de quinoa.
Aida dice
Hola : me gustó mucho la referencia autobiográfica , dá cuenta de que si se puede saltar un mandato familiar, también se puede hacer lo mismo con el social. Pero me dejó pensando la imagen de los cortes de la vaca; parecería que solo importan las razones ecológicas y no el valor de las vidas.
maruraffaelli dice
Gracias por tu comentario Aida. Claro que importa todo!!!